
Resulta frecuente escuchar hablar sobre valores sin aclarar a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de ellos.
A veces pareciera que los valores son apreciaciones incuestionables que propone la sociedad como positivas y loables. Algo de eso puede que haya. Pero ocurre que hay bastante más.
La sociedad es una “estructura” abarcativa de los individuos que se constituye de diferentes formas. A veces con mayores niveles de organización y a veces no tanto. Pero de manera general, la sociedad tiende a organizarse. Y dentro de esa organización van surgiendo algunas preferencias, algunos marcos de referencia y algunas normas. Esos marcos referenciales no tienen porque ser los faros que alumbren el camino de todos los sujetos que componen una sociedad.
Más aún, esas mismas preferencias que pueden estar siendo promovidas desde el interior de una sociedad, pueden ser factores que estén atentando contra el bienestar de muchos de sus integrantes; ya que somos seres únicos e irrepetibles con distintas preferencias, motivaciones y deseos. Pretender que haya verdades absolutas en el terreno de lo social es de mínima ingenuo.
Cuando algo es absoluto no se discute, no se cuestiona, está dado como verdad única. No amerita otra justificación que su misma afirmación. Por ejemplo, 2 + 2 es 4. No hay discusión en ese plano. Pero en cómo lograr el mejor funcionamiento social, no hay una fórmula que de un resultado único. Depende de la valoración de cada quien.
Cada uno va creando su propia obra con su particular guión, y este va a estar asociado con algunas cuestiones. Asuntos tales como el lugar donde uno nace, la “clase” social, nuestro cuerpo y organismo y la familia que nos ha tocado, son referencias, marcos, guías y condicionantes que nos influyen invariablemente.
Y al fin de cuentas, con aquello que nos condiciona, con esto otro que nos hace libres, realizaremos nuestra propia obra. Pero, ¿qué es lo que nos hace libres?, ¿somos libres?, ¿no es que estamos de alguna manera atados a la sociedad en la que vivimos, al organismo que tenemos, a la familia con la que crecimos?
En principio esas situaciones parecen verdades incuestionables. No somos libres de nacer en tal lugar, de tener los cuerpos que tenemos, ni de tener a los padres y hermanos que nos “tocaron” (si es que tuvimos la fortuna de tener padres que nos hayan educado). Pero de todas formas, siempre, seremos libres para elegir que actitud tomar ante cada circunstancia que se nos presente.
Esto quiere decir que, si bien puede ocurrir que no seamos libres de algo, mientras respiremos y tengamos conciencia, podemos ser libres para tomar una posición ante ese algo que nos condiciona.
La toma de posición ante una situación en particular o ante la vida en general no es otra cosa que la actitud; la cual implica la disposición nuestra ante las circunstancias (buenas y malas) que la vida nos propone.
Para lograr una buena actitud hay que estar bien predispuesto a recorrer nuestro camino, el cual muchas veces se presenta complicado, otras más calmo, otras parece intransitable, y otras nos hace sentir fabulosos mientras lo recorremos.
Pero cada uno tiene su propio camino que se va construyendo con las elecciones que va tomando. Y lo más importante es que para recorrerlo con ganas y actitud, tiene que haber una meta, un objetivo, un sentido.
El sentido es aquello que nos ilumina, que nos fortalece, que nos justifica, que significa el camino y nuestra existencia. Implica el percibir, el darse cuenta, el descubrir que nos ocurre tanto a nivel cognitivo, que es el ámbito de nuestros pensamientos e ideas, como en lo emocional.
Ahora bien, si hay una instancia que pueda dar cuenta de cómo nos sentimos y cómo pensamos, tiene que ser una dimensión diferente a la emoción y al pensamiento. La emoción no reflexiona, se manifiesta. Y en el caso de la mente, esta funciona como canal de los pensamientos, pero tampoco es quien puede revisar y analizar nuestros pensamientos. Ella solo los transporta.
Entonces, tiene que existir otra dimensión que pueda conectarse por medio de nuestra conciencia y que nos permita tomar distancia de la emoción y el pensamiento.
Pues bien, la dimensión fundamental que nos unifica, nos totaliza y que puede conectar lo cognitivo con lo emocional, es nuestra dimensión espiritual. Nuestro espíritu. Esa energía que sentimos tan propia y que nos apuntala cuando venimos cayendo, que justifica nuestro esfuerzo por superarnos y que diviniza la vida cuando la contemplamos y la vivenciamos con alegría.
¿Y cómo se expresa esa energía?
Gran parte de nuestra espiritualidad la podemos expresar a través de determinadas capacidades. Estas capacidades elevan nuestro nivel de conciencia, ya que posibilitan desarrollarnos y superarnos, tanto en lo individual como a nivel “especie”. Las podemos sintetizar de la siguiente manera:
Auto-distanciamiento: capacidad de poder tomar distancia de una situación y hasta de nosotros mismos.
Auto-reflexión: capacidad que tenemos de pensar sobre nuestras situaciones, sobre nuestros pensamientos y sobre nosotros mismos desde una perspectiva diferente.
Libertad: capacidad de elegir qué actitud tomar ante cada situación.
Responsabilidad: capacidad de dar respuesta, desde la libertad, a las preguntas que la vida nos hace.
Auto-trascendencia: capacidad que tenemos de ir más allá de nosotros mismos y estar orientados hacia algo o hacia alguien.
Auto-conciencia: capacidad de comprendernos como seres únicos e irrepetibles y de conectarnos con nuestro ser y con el mundo que nos cobija.
Ahora que conocemos cuáles son las capacidades espirituales podemos afirmar que desde el auto-distanciamiento podemos tomar distancia de nuestro ego, que a partir de la auto-reflexión podemos pensarnos de manera desapegada de los anclajes que nos atan, que desde la libertad podemos elegirnos y que desde la responsabilidad podemos dar una mejor respuesta a nuestra vida trascendiendo nuestros límites mentales.
Todo esto resulta en niveles de auto-conciencia altos que nos posibilitan percibir, descubrir y conectarnos con los valores superiores que alumbran nuestra vida; y así lograr que nuestro viaje esté colmado de sentido.
Entonces para poder descubrir nuestro sentido de vida tenemos que poner en acto nuestros valores superiores. Lo que quiere decir que tenemos que vivenciar nuestros valores más altos.
Lanosa, H. (2016). Valores para una Vida Espiritual (Introducción). Pymedia.